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Lunes de buenas noticias  -  Evangelio  con María                                          

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Lunes 3 de mayo 

Cuando era muy joven, María recibió un anuncio sorprendente, pero su juventud no  le impidió hacer preguntas. Dudas razonables que se desvanecieron ante un alma disponible que aceptó ese desafío y dijo: «Aquí está la sierva del Señor, hágase en mi según tu palabra» 

Siempre llama la atención la fuerza del “sí” de María. La fuerza de ese “hágase” que le dijo al ángel fue algo fulminante, muy distinto a esos “sí” que utilizamos para decir: bueno, vamos a probar a ver qué pasa. Fue el “sí” de quien quiere comprometerse y el de quien quiere arriesgar, de quien quiere apostarlo todo, sin más seguridad que la de una promesa.

 María es la chica de alma grande e inquieta que se ilusiona con una promesa. La joven que se pone continuamente en camino, que cuando sabe que su prima la necesita no piensa en sus propios proyectos, sino que sale hacia la montaña sin demora. María no duda en marchar hacia un país lejano para proteger a su niño y permanecerá junto a él cuando todos los demás le den la espalda. 

Con el sí de María descubrimos con asombro el hecho de que Dios ha elegido a la raza humana para realizar su misión divina. Sus manos pasan a ser nuestras manos y María se convierte en madre de su hijo y  de una iglesia joven con discípulos en salida para hacer nacer un mundo nuevo.
Frente a esta misión quizás sintamos el temor de comprometernos con tan gran responsabilidad, mas Él nos conforta con las mismas palabras que el ángel dirigió a María: "No temas, porque has hallado gracia a los ojos de Dios". El Señor no nos pide imposibles que no podamos cumplir; no nos dice que este “sí” vaya a ser fácil, solo dice que merecerá la pena. Él se encargará de todo. Cristo solamente pide de nosotros, como pidió de María, un confiado "hágase en mi según tu palabra". Y entonces él, que es todopoderoso también hará grandes cosas en nosotros y nosotros en su nombre.

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Lunes 10 de mayo
Dios acaba de llegar al mundo, y el mundo ya organizamos su persecución.
Es de noche, y en las afueras de Belén, dos caravanas se deslizan entre las sombras en
direcciones bien distintas. Ambas huyen. Una es la de los Magos que, avisados, regresan a su
país por otro camino. La otra, la de la humilde familia nazarena que busca esconder a su
pequeño de la ira de un rey temeroso de este recién nacido que podría arrebatarle el trono.
-“Levántate, toma el niño y a su madre, y huye...”
José no discute, cree y se levanta. En un instante, la alegría de María por la adoración que le
han tributado los pueblos de la tierra que habían reconocido en su Hijo al Mesías, se muda en
dolor y angustia.
Es un viaje en el que jamás habían pensado: ¿Egipto? Parece un plan horrible, no conocen el
camino, ni el idioma, ni las costumbres de los egipcios. Habrá que luchar y ganarse la vida,
abrirse camino, sin familia ni amigos.
Esta apresurada partida es la respuesta a la nueva orden del cielo. Obediencia al momento.
María no tiene planes personales ni intereses propios. Está totalmente al servicio de Dios. A
ella sólo le corresponde poner en juego sus facultades humanas para llevar a cabo con
perfección la orden del Señor. María calla y obra. ¡Qué contraste con el inútil ruido de los
hombres! La fuerza se nos va por la boca. Todos opinamos, damos nuestros pareceres y nadie
parece hacer nada.
El fenómeno de la migración es tan antiguo como el hombre; quizá deberíamos ver en él un
signo donde se vislumbra que todos somos extranjeros y peregrinos en esta tierra. ¡Cuántos
emigrantes de hoy y de siempre, pueden ver reflejada su situación en la de María!, que debe
alejarse de su país para garantizar la supervivencia de su hijo amado.
Para ella, fueron meses de trabajo escondido y de sufrimiento silencioso, con la nostalgia de la
casa abandonada y, al mismo tiempo, con la alegría de ver crecer a Jesús sano y fuerte, lejos
del peligro que le había acechado.

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Lunes 17 de mayo

Ningún acontecimiento familiar mueve a propios y extraños como una boda.  Estirpes enteras que se unen para la creación de una nueva familia. Todos los pueblos tienen sus propios rituales y ceremonias para obsequiar a dos personas que se preparan para emprender  una vida juntos.

En el antiguo Israel, las gentes arreglaban con mucho tiempo la fiesta que seguía a las bodas. En la vida monótona y gris de los pueblos alejados de la gran capital, Jerusalén, la boda era un momento aparte.

En las bodas, se entremezclaban los cantos, el baile, la comida y también el vino. La fiesta duraba 7 días más o menos, según el poder económico de las familias. Se hacía en el patio comunitario de varias familias, y podían participar todos los habitantes de la comarca.
 

“Hubo una boda en Caná de Galilea…” Fue una boda muy especial... pues a ella estaba invitada María, la Madre de Jesús. Ella fue invitada a servir, a atender a los invitados, era una familia pobre, sencilla... y también asistió Jesús, que llegó acompañado de los primeros discípulos que fue eligiendo en el camino.
Las mujeres ocupaban los lugares cercanos al fogón, para atender las necesidades de los comensales. Y ocurrió que con esa intuición y esa mirada que sólo tienen las mujeres y las madres, María se dio cuenta de que los comensales eran más de la cuenta y que el vino no iba a alcanzar.

María, sin querer ser notada, se acercó discretamente a Jesús, y  le dijo: “”Hijo, ya no tienen vino”. No pidió nada, no exigió nada. Sólo fue una sugerencia. Y después de un momento que pareció de rechazo (“Mujer, todavía no ha llegado mi hora”), Jesús decide atender  la invitación de María.

María, por su parte, va con los sirvientes y les dice: “Hagan lo que él les diga”. Estas son las últimas palabras de María en el evangelio. No podían haber sido mejores. Hacer la voluntad del Hijo de Dios.
 

En Caná, Jesús comienza sus milagros y su ministerio para la salvación de todos los hombres. Una vez más, María guía los primeros pasos de quién es el camino.

Lunes 24 de Mayo 

La obra y la acción de María no acaban en el Calvario acompañando a su hijo hasta que expira su último aliento. Al pie de la cruz, las palabras de Jesús le revisten con una nueva maternidad, con respecto a los discípulos. 

“Ya anochecido, aquel día primero de la semana, estando atrancadas las puertas del sitio donde estaban los discípulos, por miedo a los dirigentes judíos...” 

Habían pasado los días y los discípulos estaban encerrados por miedo, se sentían huérfanos y la euforia de ese domingo en el que entraban a Jerusalén entre palmas se había tornado en duda y desasosiego. Esto es lo que nos pasa a nosotros muchas veces. Nos encerramos por miedo, cobardías, y vergüenza... por lo que puedan decirnos. Ser cristiano no está de moda pero basta con que tratemos de dar siempre lo mejor de nosotros mismos y vivamos con actitud de servicio para que quienes nos rodean se contagien y nuestro entorno termine cambiando. 

Sin duda alguna, aunque Pedro sea cabeza de los Once, María representa el corazón del grupo, el núcleo aglutinador de todos los que se han reunido en el cenáculo para orar. 

María “conservaba todas estas cosas meditándolas en su corazón” (Lc 2, 19.51), por eso Ella es fundamento del recuerdo de la persona y de la vida de Jesús, que serán las raíces de la Iglesia. Ella, presente en el Cenáculo, transmitirá a la Iglesia de todos los tiempos sus recuerdos íntimos sobre su hijo, como testigo insustituible del nacimiento y la vida oculta de Jesús. 

Los apóstoles formaban la primera Iglesia. Y María era la madre de esa Iglesia. ¿Cómo no iba a estar María ahí? 

“No hay Iglesia sin Pentecostés y no hay Pentecostés sin la Virgen María“. Benedicto XVI 

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LUNES 31 de mayo
De camino al Gólgota, Jesús cae por primera vez, mira alrededor, y en medio de esa muchedumbre indiferente u hostil, ve un rostro familiar y querido. El rostro de la Virgen que lo contempla con una expresión de ternura y dolor. María sigue comprendiendo hasta dónde la lleva su «hágase». La Madre que ama con fidelidad inquebrantable y con amor infinito, está en silencio, ni niega, ni abandona, ni grita, y, sin embargo, su silencio es más atronador y elocuente que cualquier discurso.
En Jesús brota un doble sentimiento. Por una parte, inquietud y tristeza al saber que ella está pasando por esta agonía. Porque uno no quiere que sus seres queridos sufran. Uno querría poder ahorrarles los sufrimientos que nacen del amor, pero también está el alivio al no sentirse tan solo, al saber que hay quien, con su sola presencia, quiere dar consuelo, aliento, fuerza… “Sí, Jesús, no estás solo” parecen ser las palabras que transmite su mirada.
En nuestras vidas, también hay personas que nos son entrañables. Personas en las que confiamos y de las que tenemos la certeza de que siempre van a estar ahí, porque ya son parte de nuestra vida. Vamos construyendo nuestras seguridades apoyados en su fortaleza. Nos enseñan a creer, a confiar. Son quienes acarician nuestras heridas y aceptan nuestro barro, nuestros defectos. Junto a ellos, somos mejores, porque saben ver lo mejor de nosotros. Y cada encuentro con esas personas, se convierte en celebración de la vida, de nuestras historias, del amor. Esos encuentros, en medio de la muchedumbre, en los momentos cruciales de nuestra historia, son fundamentales para seguir caminando. Esas presencias se vuelven refugio, aliento, hogar. Son memoria a la que nos aferramos, y vidas que se entretejen con la nuestra. No quisiéramos que sufriesen por nosotros, pero al tiempo aceptamos que amar es hacerse vulnerable. Y ellos
han decidido amarnos.
Ella es el camino más fácil hacia Jesús y Jesús es el camino, la verdad y la vida.

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