Oración de la
mañana
Miércoles de fábula

MIERCOLES 3 DE DICIEMBRE
Fábula: “La estrellita pequeña”
Había una vez una estrellita que brillaba menos que las demás. Un día vio que
todas las estrellas querían guiar a los pastores hasta el portal de Belén. Ella
pensó: “Yo soy demasiado pequeña, no puedo ayudar”. Pero Dios le dijo: “Brilla
con tu corazón, y harás cosas grandes”. Y así fue: su luz guió a un niño perdido
hasta donde estaba el niño Jesús.
Reflexión: No importa lo pequeños que seamos, si hacemos las cosas con
amor, ayudamos a que el mundo brille más.
Oración final: Jesús, ayúdanos a ser como la estrellita, que aunque era
pequeña, brilló con amor para los demás.

MIERCOLES 10 DE DICIEMBRE
Fábula: “El regalo más bonito”
En un pueblo todos preparaban regalos para la Navidad: cajas grandes, lazos,
juguetes… Pero una niña muy pobre no tenía nada que ofrecer. Entonces decidió
hacer un dibujo del portal de Belén y lo colocó junto al pesebre. Cuando todos
vieron su dibujo, sonrieron y sintieron paz. Era el regalo más bonito, porque
estaba hecho con amor.
Reflexión: El mejor regalo no se compra: se da con el corazón.
Oración final: Jesús, enséñanos a regalar cosas hechas con amor, como un
abrazo, una sonrisa o una ayuda a quien lo necesita.
“LA MÚSICA QUE VENÍA DE LA CASA”. Paulo Coelho
En Nochebuena, el rey invitó al primer ministro a unirse a él en su habitual paseo juntos. Disfrutaba viendo las decoraciones de las calles, pero como no quería que sus súbditos gastaran demasiado dinero en ellas sólo para complacerle, los dos hombres siempre se disfrazaban de mercaderes provenientes de algún lugar remoto.
Caminaron a través del centro de la ciudad, admirando las luces, los árboles de Navidad, las velas ardiendo en los portales de las casas, los estantes vendiendo regalos, y los hombres, mujeres y niños apresurándose para celebrar una Navidad alrededor de una mesa bien dispuesta de comida.
Mientras volvían pasaron por un barrio más pobre, en el que la atmósfera era bien distinta. No había luces, ni velas, ni deliciosos aromas de comida a punto de ser servida. Apenas había un alma en las calles y, como hacía cada año, el rey señaló al primer ministro que de verdad tenía que prestarle más atención a los pobres de su reino. El primer ministro asintió, a sabiendas de que el asunto sería pronto olvidado de nuevo, enterrado bajo la burocracia diaria de presupuestos que aprobar y discusiones con dignatarios extranjeros.
De repente, escucharon música proveniente de una de las casa más pobres. La choza era tan endeble y las planchas de madera podrida tenían tantas grietas que pudieron espiar lo que que estaba ocurriendo en su interior. Y lo que vieron era complemente absurdo: un anciano en una silla de ruedas llorando al parecer, una muchacha con la cabeza rapada bailando, y un joven de ojos tristes golpeando una pandereta y cantando una canción popular.
‘Voy a enterarme de lo que ocurre.’ — dijo el rey.
Llamó a la puerta. La música paró, y el joven abrió.
‘Somos mercaderes buscando un lugar donde dormir. Escuchamos la música, vimos que seguíais despiertos, y nos preguntamos si podríamos pasar la noche aquí.’
‘Podéis alojaros en un hotel de la ciudad. Nosotros, desgraciadamente, no podemos ayudaros. A pesar de la música, esta casa está llena de tristeza y sufrimiento.’
‘¿Podemos saber por qué?
‘Es todo por mi culpa’ — habló el anciano en la silla de ruedas. ‘He pasado toda mi vida enseñando caligrafía, para que un día puediera conseguir trabajo como escriba de palacio, Pero los años han pasado y ningún puesto ha salido a concurso. Y entonces, anoche, tuve un sueño estúpido: un ángel se me apareció y me encargó comprar un cáliz de plata porque, dijo el ángel, el rey vendría a visitarme. Bebería del cáliz y le daría un trabajo a mi hijo.’
‘El ángel era tan persuasivo que decidí hacer lo que me pedía. dado que no tenemos dinero, mi nuera fue al mercado esta mañana para vender su pelo y que pudiéramos comprar ese cáliz. Los dos están haciendo lo que pueden para contagiarme el espíritu de la Navidad cantando y bailando, pero no hay nada que hacer.’
El rey vio el cáliz de plata, pidió un poco de agua para saciar su sed y, antes de partir, dijo a la familia:
‘Sabéis, estuvimos hablando con el primer ministro hoy, y nos dijo que la semana que viene se anunciaría una vacante para escriba de palacio.’
El anciano asintió, sin creer demasiado en lo que oía, y se despidió de los extranjeros. A la mañana siguiente, sin embargo, un proclama real fue leída en todas las calles del país; se necesitaba un nuevo escriba en la corte. El día señalado, la sala de audiencias del palacio estaba a rebosar de gente ansiosa por competir por ese puesto tan codiciado. El primer ministro entró y pidió a todos que preparasen su papel y lápiz:
‘Aquí está el tema de la disertación: ¿Porqué un anciano llora, una joven con la cabeza rapada danza y un joven triste canta?’
Un murmullo de incredulidad atravesó al habitación. Nadia sabía como contar una historia así, excepto el joven vestido de forma andrajosa sentado en una esquina, que sonrió ampliamente y empezó a escribir.
REFLEXIÓN
Estamos acostumbrados a recibir y apenas a dar. Compartir y dar sin esperar nada a cambio es abrir un camino a la solidaridad con todo el sentido de la palabra. En este tiempo de Adviento y de Navidad necesitamos de la generosidad de las personas que sean capaces de ofrecer y dar a cambio de nada, llenando así de alegría los hogares de tantas familias que están pasando verdaderas necesidades y carencias.
Cuento de navidad. Jorge Bucay
En una casa más o menos humilde de un país cualquiera vivía una familia compuesta por el matrimonio y sus dos hijos. Juan, el hijo mayor de 24 años, casi abogado y Priscila, la pequeña de apenas 4 añitos.
Al acercarse la Navidad el padre había comprado un rollo de cinco metros de papel metalizado para poder envolver los regalos antes de ponerlos en el modesto arbolito, armado desde principios de Diciembre en la entrada de la casa. El 23 en la noche, el hombre se decidió a empaquetar los regalos, más simbólicos que valiosos, para Nochebuena. Qué desagradable sorpresa fue encontrar en el estante del ropero, el tubo de cartón donde venía enrollado el papel metalizado, desnudo de los cinco metros del costosísimo papel de envoltura.
El dinero era bastante escaso en la familia y posiblemente por eso, a pesar de lo avanzado de la hora, el señor explotó de furia y mandó a llamar a su familia para ver quién había utilizado el papel que él compro para los regalos. La pequeña Priscila apareció con la cabeza gacha para decirle a su padre que ella lo había usado.
-¿Pero no te das cuenta que ese papel es muy caro y que tu papa tuvo que trabajar varios días para comprarlo?; ¿Podrías decirme para qué tontería usaste el papel metalizado?
La niña salió corriendo y regresó con un paquete del tamaño de una caja de zapatos, envuelta con varias capas del costoso papel, ahora arrugado e inutilizable.
-¿No te dijo tu madre que no debes tocar las cosas de los mayores para tus juegos? ¿Cómo se te ocurre envolver esa caja con cinco metros de papel dorado?
-Es un regalo de Navidad, papá- dijo Priscila- para el arbolito.
-¿Y se puede saber para quien es este regalo tan valioso como para usar todo el rollo de papel en envolverlo?
– ¿Y para quién va a ser?, para vos, papá.
El hombre se enterneció y abrazándola le pidió disculpas por los gritos. Como nos sucede a todos, con el regalo en las manos quiso saber qué contenía y le pidió a la pequeña permiso para abrirlo. Poco después el hombre volvía a explotar:
-Cuando das un regalo a alguien se supone que debe haber algo adentro. ¿Usaste ese papel para envolver una caja vacía?
A la pequeña se le llenaron de lágrimas los ojos y dijo:
-Es que la caja no está vacía, papá, yo soplé adentro cincuenta y ocho besos para vos.
El padre alzó a la niña y le suplicó que perdonara su ceguera y su ignorancia. Dicen que el hombre guardó para siempre la caja debajo de su cama y que siempre que se sentía derrumbado, abría la caja y tomaba de ella un beso de su hija. Esto le ayudaba a recuperar la conciencia de lo que era importante y de lo que sólo eran tonterías.
REFLEXIÓN
Los verdaderos regalos son aquellos que salen del corazón, aquellos que ponen la mirada en los buenos deseos hacia la otra persona y que no ponen su peso en lo material.
Abrimos nuestro corazón en esta Navidad para acoger el regalo de la presencia de Jesús en nuestras vidas.