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Miércoles de fábula

EL GIRASOL

Había una vez un profesor que en una de las clases entregó semillas a sus alumnos para que plantaran y cuidaran un girasol. Uno de los niños, a quien encantaban las pipas de girasol, estaba tan emocionado que plantó la semilla y la cuidó con esmero durante días. Cuando por fin apareció el primer brote, el niño impaciente fue a ver a su profesor "¿puedo arrancarla ya?", le preguntó ansioso. El maestro contestó que aún debía cuidar la planta por mucho tiempo antes de poder recoger un buen montón de pipas de un solo girasol. El niño volvió decepcionado, pero siguió cuidando su planta. Pero cada vez estaba más impaciente, y no hacía más que preguntar al profesor cuándo podía cortar el girasol. Y aunque éste le pidió paciencia, en cuanto el niño vio las primeras pipas en la flor, la cortó para comerlas. Sin embargo, la planta estaba aún verde, y las pipas no se podían comer. El niño quedó desolado: ¡tanto esfuerzo cuidando su planta para al final echarlo todo a perder por un poco de impaciencia!. Y aún fue mayor su enfado cuando comprobó lo enormes que llegaron a ser los girasoles de sus compañeros, así que se propuso firmemente no volver a ser tan impaciente y hacer caso al profesor. Y además tuvo suerte, porque sus muchos amigos compartieron con él las deliciosas pipas de sus girasoles.

 

Reflexión.

EL VALOR DE LA ESPERA. Cada cosa tiene su tiempo y el saber esperar nos aporta felicidad. Esperamos el nacimiento de Jesús y ya se acerca.

FÁBULA

 

Martín era un humilde zapatero de un pequeño pueblo de montaña. Vivía solo. Hacía años que había enviudado y sus hijos habían marchado a la ciudad en busca de trabajo.

 

Martín, cada noche, antes de ir a dormir leía un trozo de los evangelios frente al fuego del hogar. Aquella noche se despertó sobresaltado. Había oído claramente una voz que le decía. ‘Martín, mañana Dios vendrá a verte’. Se levantó, pero no había nadie en la casa, ni fuera, claro está, a esas horas de la fría noche...

 

Se levantó muy temprano y barrió y ordenó su taller de zapatería. Dios debía encontrarlo todo perfecto. Y se puso a trabajar delante de la ventana, para ver quién pasaba por la calle. Al cabo de un rato vio pasar un vagabundo vestido de harapos y descalzo. Compadecido, se levantó inmediatamente, lo hizo entrar en su casa para que se calentara un rato junto al fuego. Le dio una taza de leche caliente y le preparó un paquete con pan, queso y fruta, para el camino y le regaló unos zapatos.

 

Llevaba otro rato trabajando cuando vio pasar a una joven viuda con su pequeño, muertos de frío. También los hizo pasar. Como ya  era mediodía, los sentó a la mesa y sacó el puchero de la sopa excelente que había preparado por si Dios se quería quedar a comer. Además fue a buscar un abrigo de su mujer y otro de unos de sus hijos y se los dio para que no pasaran más frío.

 

Pasó la tarde y Martín se entristeció, porque Dios no aparecía. Sonó la campana de la puerta y se giró alegre creyendo que era Dios. La puerta se abrió con algo de violencia y entró dando tumbos el borracho del pueblo.

 

– ¡Sólo faltaba éste! Mira, que si ahora llega Dios...– se dijo el zapatero.

– Tengo sed –exclamó el borracho.

 

Y Martín acomodándolo en la mesa le sacó una jarra de agua y puso delante de él un plato con los restos de la sopa del mediodía.

 

Cuando el borracho se marchó ya era muy de noche. Y Martín estaba muy triste. Dios no había venido. Se sentó ante el fuego del hogar. Tomó los evangelios y aquel día los abrió al azar. Y leyó:

 

– ‘Porque tuve hambre y me diste de comer, tuve sed y me diste de beber, estaba desnudo y me vestiste...Cada vez que lo hiciste con uno de mis pequeños, a mí me lo hicistes...’

 

Se le iluminó el rostro al pobre zapatero. ¡Claro que Dios le había visitado! ¡No una vez, sino tres veces! Y Martín, aquella noche, se durmió pensando que era el hombre más feliz del mundo...".

 

REFLEXIÓN 

 

El Adviento, es la esperanza de la venida de Dios que de muchas formas nos visita.

FÁBULA

Érase una vez, hace mucho tiempo, una isla en la que había un pueblecito. En ese pueblecito vivía una familia muy pobre. Cuando estaba próxima la Navidad, ellos no sabían cómo celebrarla sin dinero.

 

Entonces el padre de la familia empezó a preguntarse cómo podía ganar dinero para pasar la noche de Navidad compartiendo un pavo al horno con su familia, disfrutando de la velada junto al fuego.

 

Decidió que ganaría algo de dinero vendiendo árboles de Navidad. Así, al día siguiente se levantó muy temprano y se fue a la montaña a cortar algunos pinos.

 

Subió a la montaña, cortó cinco pinos y los cargó en su furgoneta para venderlos en el mercado. Cuando solo quedaban dos días para Navidad, todavía nadie le había comprado ninguno de los pinos.

 

Finalmente, decidió que puesto que nadie le iba a comprar los abetos, se los regalaría a aquellas personas más pobres que su familia. La gente se mostró muy agradecida ante el regalo.

 

La noche de Navidad, cuando regresó a su casa, el hombre recibió una gran sorpresa. Encima de la mesa había un pavo y al lado un arbolito pequeño.

 

Su esposa le explicó que alguien muy bondadoso había dejado eso en su puerta.

 

Aquella noche el hombre supo que ese regalo tenía que haber sido concedido por la buena obra que él había hecho regalando los abetos que cortó en la montaña.

FIN

 

REFLEXIÓN:

El protagonista de la historia quiso hacer una buena obra ayudando a los demás para poder preparar su Navidad. Quería preparar con tiempo su Navidad. Aunque en un principio no salió como él quería, no se desanimó y decidió regalar lo que tanto tiempo le había costado. Nosotros también tenemos que dedicar tiempo a los demás y sólo así, recibiremos lo que tanto deseamos en este tiempo, la venida del Dios hecho hombre.

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